Breve historia de un sueño

 

X abrió la puerta del carro, una camioneta Hilux Toyota, y con presteza tomó el lugar del copiloto. Esperó a que llegara el chofer para poder dirigirse hacia un destino que él desconoce.

Escuchó un disparo, como una llanta de un vehículo que acaba de reventarse.


El chófer abrió la puerta, brusca y estrepitosamente ingresó al vehículo. Buscó en sus bolsillos las llaves, no las encontró. Buscó debajo de la escotilla del copiloto, tampoco las encontró. Un pequeño rubor en su rostro y un sudor que cortaba su cara manifestaba su nerviosismo por el apuro de salir del paso. Por fin, encontró las llaves debajo del asiento. Por fin arrancó el vehículo. Pisó profundamente el acelerador.

Nunca miró hacia atrás, nunca dirigió la palabra al copiloto, a X, que esperaba con cierto estupor una explicación, algo que pudiera sacarlo del desasosiego de todos estos eventos. Solo fingió que no escuchó nada relacionado al disparo.


El chofer se dirigió por la trocha carrozable que conducía hacia el pueblo Z. La trocha atravesaba el llano lleno de prados que, de a poco, se convertían en pastos que alguna vez fueron alimento del ganado vacuno de este territorio.


El chofer, Y, nunca miró a X, solo tenía la mirada fija en la trocha carrozable, la cual no era continua como una recta, sino que era zigzagueante. X empezó a distinguir que en los prados empezaron a aparecer pequeños ganados. Miró y sintió extrañeza por el alimento de estos animales: no eran los pastos habituales, sino cebo, ¿de qué animal era este cebo? No podía saberlo.


X sintió que la camioneta atravesaba un terreno en pendiente, y a la distancia pudo distinguir un pequeño agujero en una roca hacia el cual ellos se dirigían. Pero, cosa extraña, ese agujero estaba lleno de cebo sangriento, como la luz de la luna sangrienta de Quevedo.


X sintió que Y aceleraba más el vehículo a medida que se acercaban a esta entrada sangrienta, hasta que por fin llegó a penetrarla. Lo que antes era claro y distinto, empezó a ser gris y obscuro. No había una noche eterna dentro de la cueva sangrienta, era una luz como de un día de niebla.


X empezó a palidecer, ni pudo ver el rostro ruboroso de Y quien dejó de pisar el acelerador cuando penetraron la cueva sangrienta, pero aún así el automóvil seguía desplazándose hacia el interior de ella, hacia un destino incierto.


De pronto, X escuchó una voz, no timbrada sino gutural, que decía los siguiente:


-Ahora que Ustedes han ingresado en mi territorio, todo su cuerpo me pertenece porque todo lo que entra aquí es de mi propiedad. Y lo que más me place de Ustedes, los hombres humanos, son sus vísceras para alimentar a mi ganado hambriento e insaciable.


X vio que del techo del vehículo descendieron hacia él unas manos como queriendo atraparlo, como queriendo estrangularlo y sintió el miedo, la angustia y el asombro al mismo tiempo...


X se despertó, abrió sus ojos rápidamente, sintió alivio de que todo esto haya sido un sueño, pero sintió una pequeña molestia en su estómago, levantó su polo y vio que a la altura de la boca del estómago había un corte que nunca en su vida había visto...


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